Un día mientras Simón hacia sus labores, de pronto oyó que alguien lo llamaba
-¡shht Simón!-. Él volteó pero no había nadie y después lo volvió a oír pero en el momento que volteó vio una sombra a la que no podía ver su cara.
-¡shht Simón!-. Él volteó pero no había nadie y después lo volvió a oír pero en el momento que volteó vio una sombra a la que no podía ver su cara.
Entonces Simón salio corriendo del panteón hacia su casa y no quiso salir de ahí hasta la mañana siguiente cuando pensó que sólo había sido su imaginación ya que se encontraba muy cansado ese día.
Cuando dieron las seis de la tarde, Simón volvió a oír que lo llamaban y al voltear vio la misma sombra a lo lejos; su primera intención fue correr, pero sus piernas no le respondían y la sombra se acercaba más y más.
Al llegar la sombra hasta Simón, ésta levanto el brazo y depositó algo en la mano del hombre, mientras que él pudo ver su mano huesuda y sin piel, pero no pudo verle el rostro, después cerró su mano, empuñando lo que el fantasma le dio y cayó desmayado.
Al día siguiente los amigos de Simón fueron a verlo ya que el cementerio estaba cerrado, cosa que les extrañó, pues él era muy puntual. Después de saltar la reja comenzaron a buscarlo y lo encontraron inconsciente sobre el pasto, de modo que lo llevaron de inmediato al hospital pero no pudieron abrir s mano que estaba cerrada en un puño.
A los tres días Simón volvió en sí y sus amigos no creyeron la historia que les contó, mas cuando le pidieron abrir su mano, Simón les mostró lo que el fantasma le había entregado.
Era un Maximiliano, una moneda de 14 quilates de oro, de la época del Emperador Maximiliano.
Tiempo después Simón se enteró de que el cuerpo de Maximiliano había estado un corto tiempo en el Templo de la Santa Cruz.
La leyenda dice que si vas al panteón del santuario a las doce de la noche, corres el riesgo de encontrarte con... la sombra de Maximiliano.
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